lunes, 29 de diciembre de 2014

Elba Ethel Alcaraz


***

Incipiente la luz
invade los huecos de la noche,
descubre la memoria implacable,
desacato del tiempo que no ordena
ni hilvana los sucesos,
las horas que el amor urdió.
Rostros perdidos en la muerte,
detenidos en el goce, el grito, la risa,
el gesto acogedor, el rechazo.
Vuelven, se acomodan,
se quiebran,
como aquella muñeca de mis juegos,
trozos esparcidos de la pena
se entremezclan se confunden,
se evaden por fin
y sólo dejan el regusto insomne
de lo que ya no es.

Fuente: Otra vez... La vida, Elba Ethel Alcaraz, Libros El Búho, City Bell, 2014.


***

¿Qué hacer con los gestos inconclusos?
Intentos, amagues, aproximaciones,
nacidos sin destino del deseo,
la euforia, la melancolía.
Olas impetuosas que no alcanzan la orilla,
flores cercenadas,
latidos que se apagan antes de ser oídos.
El ademán, impulso prolongado,
se muere sin el otro.

Fuente: Otra vez... La vida, Elba Ethel Alcaraz, Libros El Búho, City Bell, 2014.


XIII

Para Arnaldo Calveyra
Escuchando tu lectura de Maizal del gregoriano
1° de septiembre de 2006

Esta voz del maizal
y los ríos de la infancia,
no es aquella voz del espinillo,
del arroyo, en cuclillas,
en diálogo con el hombre
de la sal y la yerba,
mirando al río-mar
que nos llamaba.
Viene en ramalazos
de antes de todo,
cuando aún no sabíamos,
cuando las certezas eran los sueños,
esa voz de tres al unísono
en nuestra hermandad
por la poesía, por esos avatares
de la vida y la muerte.
Y sin embargo es la misma voz
que aún escucho
y ahora nos envuelve
en monacal silencio,
en un intersticio
del tiempo que nos queda.

Fuente: Zonas de la memoria, Elba Ethel Alcaraz, Libros El Búho, City Bell, 2014.


XLIII

¿Cuál es la medida de los márgenes?
El cuerpo se acomoda a las sinuosidades,
a los límites abruptos, a la estrechez,
la vastedad o el vacío.
Busca el reflejo para reconocerse.
Las formas espejadas desdibujan sus líneas,
no siempre confirman sus límites.
Hay honduras que opacan los cristales.
Tal vez el vuelo final le ponga alas
a su persistencia, desgaje los obstáculos,
siga al viento y afronte la intemperie,
evocando antiguas fortalezas.
Y ya no importarán ni las caídas ni los bordes,
ni la extrañeza ni la certidumbre,
ni la hechura de lo cotidiano.
Será la vuelta al origen,
la última conciencia.

Fuente: Zonas de la memoria, Elba Ethel Alcaraz, Libros El Búho, City Bell, 2014.


LI

Sube un rumor por oscuros laberintos,
lenguaje indescifrable
de un dios desconocido, no invocado.
Tal vez sea el reemplazo de otras voces
que fueron nítidas, explícitas, convocantes,
en la zona dulce de la infancia
y ya no resuenan.
Lejanas, perdidas para siempre.
Ahora llegan las palabras,
han atravesado el tiempo
y buscan su sentido.
A veces lo hallan y otras se pierden,
se entrecruzan, se ahuecan,
se arrinconan y me dejan
sin eco en el silencio.

Fuente: Zonas de la memoria, Elba Ethel Alcaraz, Libros El Búho, City Bell, 2014.

Elba Ethel Alcaraz nació en La Plata el 21 de abril de 1932. Es poeta, narradora, ensayista y Profesora en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Asimismo, cursó la Maestría en Ciencias del Lenguaje en el Instituto Nacional Superior del Profesorado “Joaquín V. González” de la Capital Federal. Ejerció la docencia en todos los niveles de enseñanza y fue redactora de LR11 Radio Universidad de La Plata desde 1953 a 1975. También se desempeñó como asesora docente del Consejo General de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires. Actualmente, es coordinadora del Taller de Escritura Horacio Ponce de León y directora de la editorial Libros El Búho. Dirige, además, la Catedra Libre de Literatura Platense Francisco López Merino de la Universidad Nacional de La Plata. Sus libros de poesía publicados son: Todos los días (1958), Bestiario (con serigrafías de Mirta Rossetti, primera edición, 1976; segunda edición, 1980), Espacios y claridades (1995), Distinta tarde (2007), Otra vez... La vida (2014) y Zonas de la memoria (2014). Reside en City Bell.

Foto: Tapa de Zonas de la memoria, Libros El Búho, City Bell, 2014. Fuente: C. C.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Jorge Anagnostópulos


Delia

En el jardín de los sueños
arrojabas el dorado maná.
Eras la llamadora de pájaros.
Pájaros y rosas.
Como en los versos del persa.
Tu cuerpo cedió a los años.
Te fuiste.
Un aleteo de alas invisibles
detiene mi pensamiento.
Te nombro en silencio.
Eras tenue ilusión.
Como el velo de una novia.


Eva Duarte

Entre todas las mujeres tu nombre.
En la ardiente historia,
las garras del tigre y del amor.
Hubiera querido salvarte del caos.
De la furiosa vida que hiere.
Del invierno de tu hora.
Del cáncer y las flores.
Entre todas las mujeres tu rostro.
Y una constelación de estrellas.
Dos fechas y la breve línea recta.


El sueño elemental

A Berisso

En esta ciudad cosmopolita,
como Roma, ciudad abierta,
padre y madre alcanzaron
el sueño elemental: un hogar,
hijos, una casa blanca y un huerto.
De ellos mi melancólica heredad.


La imagen

Un hombre intramuros,
entregado al juego de la dicción,
deshilvana la conjura de su vida.
Mira la casa natal y el huerto.
Sabe por el escorzo de grises
que es invierno.
Le gusta el calor del hogar
y el aroma del café.
El gesto del gato,
mirando la puerta cancel,
señala un tenue resplandor.
¿Es propio de la luna o del gélido neón?
Resplandece la imagen en el umbral.
Las manos extendidas traen flores.
Cárdenas como una súplica.


La otra casa

Allá la morada que el verde aparta
y un cielo incierto confina.
Allá la voz del pájaro que mide
mañanas y noches prematuras.
Allá la caja estrecha, el vestido austero.
Más es lujo.
Abren claustros en la tierra las hormigas
y ágiles gusanos ejercen su oficio:
deshacen lo que no es necesario.
Estas cosas pensé en nuestra casa.
Aquí tus días y tu ceniza.
¿Adónde mi fuego y mi nada?
Nadie será mi nombre mañana.
Y la gota de miel o de rocío
seguirá cayendo sobre la hierba.


Las pirámides ya son el desierto

Las famosas formas geométricas
–el perfecto tetraedro–
vanamente reproducen faraones
bajo el círculo de fuego.
El viento perseverante
devuelve el grano de arena
al desierto sin nombre.
Fagocita esclavos, arquitectos sin ojos.
Resignados sacerdotes, espurios dioses.


La moneda del tiempo

El impuro y el virtuoso comparten
el mismo deseo: vivir en la eternidad.
La sombra de la confusión abunda
y la moneda del tiempo es el precio
que pagamos por cada decisión.
¿Debo sospechar de lo que quiero?


Holanda

De todas tus ciudades, una fue el rostro del amor.
De bruma y felicidad la huella que en mí dejaste.
Nada hay en tu seno de prohibido.
En el encanto de tus noches fui Caín y fui Abel.
Y fui, en tu cauce, un griego dionisíaco.

Fuente: La moneda del tiempo, Jorge Anagnostópulos, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2014.

Jorge Anagnostópulos nació en Berisso, Provincia de Buenos Aires, el 12 de abril de 1952. Reside en su ciudad natal. Es egresado del Liceo Víctor Mercante y de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, ambas instituciones pertenecientes a la Universidad Nacional de La Plata. En esta ciudad trabajó como Arquitecto Supervisor de Obra en el Teatro Argentino de Las Artes y del Espectáculo. Actualmente, se desempeña como arquitecto en el Instituto de Infraestructura de la Provincia de Buenos Aires. En el campo de las letras, comenzó publicando Cartas griegas (narrativa, 2009), libro que lleva prólogo de Horacio Castillo. El mismo fue declarado de interés municipal por la Secretaría de Gobierno de la Ciudad de Berisso y obtuvo la “Faja de Honor” de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires, correspondiente al período 2009-2010. El texto “Lo inevitable”, incluido en dicho libro, fue seleccionado para participar en la exposición “Trilogía de la Privacidad” en Barcelona, España (2010) y en Catania, Italia (2012). Posteriormente, dio a conocer El viaje de los días (narrativa y poesía, 2012), que recibió la “Faja de Honor" de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires, correspondiente al período 2011-2012. Su obra literaria publicada hasta hoy se completa con La moneda del tiempo (poesía, 2014). Este año, además, la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Berisso le otorgó el premio “Daniel Román” por su aporte a las letras berissenses.

Foto: Jorge Anagnostópulos. Fuente: El viaje de los días, Jorge Anagnostópulos, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2012.

martes, 2 de diciembre de 2014

Diego Roel


El pozo

Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará; 
porque yo sé que por mi causa ha venido esta gran
tempestad sobre vosotros.                             
                                              Libro de Jonás, 1: 12-13

Yo, Jonás, hijo de Amitai, pasé tres días y tres noches
en el vientre del gran Pez.
Y vi lo que nadie nombra, lo que nadie quiere ver:
la sangre oscura de la bestia, el líquido amniótico del sueño,
espejos que se duplican y reflejan la permanente fuga de las cosas.
                                                                                            
Yo, Jonás, hijo de Amitai, descendí hasta lo profundo de la tierra,              
me arrodillé en el útero del mundo,
vi lo que nadie quiere ver.




Permanezco lejos del ruido de los hombres.

Acá abajo, en el fondo del pozo,
ya no soy hombre ni mujer.

No tengo patria ni lugar de descanso.

Oscilo entre un abismo y otro abismo.




Que me tragó un monstruo con cabeza de dragón.
Eso dijeron los que conocen mi historia.
Los que juegan con palabras, los hacedores del engaño.

Eso dijeron.

Pero yo no recuerdo nada.
Sólo veo delante de mí una avenida interminable,
las luces lejanas de una fiesta,
el lento simulacro del planeta.




Cuando llegué al estómago del Pez
vi grandes bosques y montañas,
vi lo que nace debajo del suelo,
lo que late y pugna por salir, lo que respira.

Vi pájaros en pleno vuelo, animales sin cuerpo.

Cuando llegué al estómago del Pez
olvidé mi nombre y el nombre de mis padres.




Me crecieron alas, garras
y una larga cola.

Se multiplicaron mis ojos.

En mis manos apareció
la eterna cifra del Exilio.




Entonces clamé al Cielo:

Padre, Madre, corazón de la Tierra:
no te olvides de los que tienen hambre y sed,
de los perseguidos, de los que no pueden
levantar del suelo su osamenta,
de todos los que tiemblan debajo de tu cuerpo.

No te olvides de los que tiemblan debajo de tu cuerpo.




El animal me escupió sobre la orilla del planeta.

Me levanté y lavé mis ojos con vinagre.
Junté mis miembros esparcidos en la costa
y caminé lentamente hacia la luz.

Recordé mi nombre y el nombre de mis padres.




Dice Jonás:

Que los pájaros del cielo devoren mi cuerpo.
Que los párpados del día se cierren sobre mí.

Ojalá yaciera yo en el vientre de mi madre.




Pero, ¿era un río o era un mar donde caí?
¿Volvía mi cuerpo del desierto?
¿Huía yo de la Voz de mis ancestros?
¿Iba hacia Nínive a anunciar la destrucción?

¿Fue antes de que naciera el Niño?
¿O fue en el siglo de las máquinas,
en el tiempo de la Bomba y de los ángeles acéfalos?

El destino es un color que se deslíe.




Esa mañana embarqué en Jope,
en una nave fenicia.

Sobre la Colina del Manantial
el sol resplandecía.

Antes de partir alguien me habló de los cedros del Líbano,
de los barcos de Tarsis que atraviesan como una flecha el horizonte
y se pierden del otro lado del mundo.

Al atardecer, mirando las últimas luces de la costa,
tomé la piedra dorada de mi tribu
y grabé sobre mi pecho mi nombre y el nombre de mis padres.                                                            
                                                                                     



El cielo es un sudario que se despliega y cae.

Pero, ¿acaso yo soy Pedro, el pescador?
¿Soy el que vino de Lida y resucitó a Tabita?
¿Soy el que duerme en la casa de Simón, el curtidor?

Abro los ojos y veo bestias y reptiles,
animales del aire, toda clase de cuadrúpedos.

Una voz repite en mi cabeza:
mata y come, mata y come.




Me preguntaron mi nombre,
me preguntaron mi oficio y mi lugar de nacimiento.

Les respondí: “Yo soy Jonás, hijo de Amitai.
Tírenme al mar y el mar se aquietará.
Arrójenme a la boca del abismo”.

Ellos dijeron: “Jonás, hijo de Amitai,
que la tierra eche sus cerrojos sobre ti,
que el alga se enrede en tu cabeza”.

Entonces la corriente me envolvió
y todas las olas pasaron sobre mí.
Vi lo que nadie quiere ver:
ciudades tragadas por el fuego,
engullidas por el soplo de las bombas,
arrasadas por el recio viento que viene del oeste.

Yo vi lo que nadie quiere ver.

Fuente: Dice Jonás, libro inédito. Gentileza de Diego Roel.

Diego Roel nació en Temperley, Provincia de Buenos Aires, en 1980. Vive actualmente en La Plata. Tiene cinco libros de poesía publicados: Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación (Libros de Tierra Firme, 2004), Diario del insomnio (Libros de Tierra Firme, 2005), Cuaderno del desierto (Libros de Tierra Firme, 2007), Las variaciones del mundo (Ediciones El Mono Armado, 2010) y Los Jardines del Aire (Ediciones El Mono Armado, 2012). En 2013, Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación y Diario del insomnio fueron reeditados por Ediciones El Mono Armado y detodoslosmares, respectivamente, y, este año, la última editorial mencionada acaba de reeditar Las variaciones del mundo. Para Rafael Felipe Oteriño, Roel es “Un buscador de certezas cuyo afán es indagar lo que está más allá de la conciencia, cuyos límites están dados por el lenguaje de la poesía, y cuya energía está puesta en tocar ‘ese lugar inocente’ en pos del cual escribe, vive y sueña”. “El pozo”, publicado en esta página, es la primera parte del libro Dice Jonás, actualmente en imprenta, en el que la búsqueda de una verdad espiritual absoluta se aleja decididamente de la filosofía para entrar de lleno en el misticismo.

Foto: Diego Roel. Fuente: www.editorialdetodoslosmares.com