sábado, 20 de abril de 2013

Arturo Marasso

























Dicha

Dichoso aquel que vive en mansión heredada,
oye cantar los tordos que escuchó cuando niño;
ve llegar los inviernos entre lluvia y nevada
y siente el mismo acento de familiar cariño.

En la noche, en sosiego, a media luz, en torno
de la mesa o la lumbre, se conversa, en voz tierna,
de un viaje, de un recuerdo, de una ida sin retorno
–hace ya veintiocho años– a la mansión eterna.

Triste lágrima asómase y ocúltase, medrosa,
recuérdase la historia de la aldea, el pasado
tiempo de la familia, la niñez bulliciosa,
y se ve lo futuro al ayer arraigado.

Se lee el viejo libro con reposo, alguna hoja
anotaciones lleva del padre o del abuelo;
a veces una lágrima casual el texto moja
y se encuentra en las dulces páginas el consuelo.

El antiguo reloj de la pared aún suena;
vienen los largos días del estío, o el invierno;
son las noches oscuras o ya de luna llena;
aunque los años vuelen todo parece eterno.

Feliz aquel que vive en mansión heredada
con fontanares y árboles al pie de una colina,
y del otoño lánguido en la tarde nublada
ve rodar por los campos la lluvia y la neblina.

Fuente: 26 poetas argentinos (1810-1920), selección y presentación de Juan Carlos Ghiano, EUDEBA, Buenos Aires, 1961.

Arturo Marasso nació en Chilecito, Provincia de La Rioja, el 18 de agosto de 1890. Se recibió de maestro en Catamarca en 1910 y, al año siguiente, se radicó en Buenos Aires. En esta ciudad se abocó, como autodidacta, al estudio de las letras clásicas y ejerció la docencia en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta. Pese a que no contaba con título universitario, su calidad humana y sus conocimientos hicieron que Joaquín V. González, fundador y rector de la Universidad Nacional de La Plata y coterráneo suyo, lo nombrara profesor de literatura en la Facultad de Humanidades de dicha entidad, función que desempeñó durante treinta años a partir de 1915. Además de docente, fue fundador y secretario de la Academia Argentina de Letras, poeta, ensayista y crítico literario. Publicó, entre otros, los siguientes libros de poesía: Bajo los astros (1911), La canción olvidada (1915), Presentimientos (1918), Paisajes y elegías (1921), Poemas y coloquios (1924), Retorno (1927), Tamboriles (1930) Melampo (1931), La rama intacta (1949) y Poemas de integración (1964). Con motivo de su jubilación y a modo de homenaje, la Universidad Nacional de La Plata, tras designarlo Doctor Honoris Causa, dio a conocer en 1944 una selección de su producción en verso con el título Poemas. Entre sus ensayos literarios y otros textos en prosa cabe mencionar: Estudios literarios (1920), El verso alejandrino (1923),  Hesíodo en la literatura castellana (1926), La creación poética y otros ensayos (1927), Luis de Góngora (1927),  Píndaro en la literatura castellana (1930), Rubén Darío y su creación poética (1934), Cervantes y Virgilio (1937), Cervantes: la invención del Quijote (1943), La mirada en el tiempo (1946), El pensamiento secreto de Mallarmé (1948), Libro de Berta (1949), Estudios de literatura castellana (1955) y Joyas de las islas (1961). Recibió, entre otras distinciones, el Primer Premio de Poesía de la Municipalidad de Buenos Aires en 1924, el Premio Nacional de Crítica en 1937 y el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores en 1965. Hombre humilde, sencillo y de vasta erudición, en opinión de quienes lo trataron, fue reconocido en su época como uno de los humanistas más destacados de la Argentina. Fue maestro, asimismo, de importantes figuras literarias como Julio Cortázar, Ernesto Sábato y el platense Héctor Ripa Alberdi, con quien mantuvo una estrecha amistad. El magisterio ejercido en La Plata durante tantos años y la labor humanista desplegada en la misma, fundadora de una corriente poética que "se nutre en la cultura grecolatina y el Siglo de Oro español", según Roberto Saraví Cisneros, llevaron a éste a incluirlo en su Primera antología poética platense (1956). Para Ariel Ferraro, “En su haber creador se eslabona tensamente lo que emana de las hondonadas tradicionalistas de las grandes etapas de la creación –desde los cantos órficos hasta los posimpresionistas franceses–, con sus exploraciones de tipo metafísico, donde la viva expresión del sentimiento se ciñe a moldes que no por académicos dejan de ser dignos de una actualidad casi permanente”. Marasso murió en Buenos Aires el 26 de abril de 1970. Sus restos fueron inhumados en el Cementerio de La Recoleta y, luego de varios años, trasladados a su ciudad natal, donde descansan actualmente.

Foto: Arturo Marasso. Fuente: www.bam .uns.edu.ar

2 comentarios:

  1. Definitivamente, hay que aprender de él, ¡es un maestro!

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  2. tanto talento tanto silencio autodidacta,altera y confunde a los eruditos porque maestro esa es si la verdad existe la felicidad

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